Courage Is Being By Myself After Leaving My Partner
| Lucia Moreno (Spanish Version Below)
A little over two years ago I had a crisis with my partner and we decided to go to therapy. After a few consults, we decided to separate so we can both move on with our lives. It was really hard, but at that point of our relationship, it was the most honest and noble thing to do. I had to gather all my belongings from his house, and move back to my parent's house after spending 10 years together and bringing into this world a beautiful daughter.
Yes, you could call it a step backward, but I knew it was the only way to move forward.
I arrived at the place where I was supposed to feel comfortable and I could have all the time and space I needed for myself. First mistake. My parents weren’t home, so I had no choice but to confront myself and what I was feeling. One side of me felt strong but another part of me was telling me I was making a mistake. It was a constant struggle between myself, constantly feeling very anxious. Even sleeping alone was difficult for me since I had become accustomed to feel someone beside me while I was in bed. And even though the thought that I could sleep in all Sunday and just read sounded wonderful, but by the third Sunday I realized I was very lonely.
Eventually, I got to a point where I understood being alone is necessary. I kept moving forward. I eventually enjoyed being alone and remembered all the things I use to like. For example, cooking all my favorite things without the pressure to finish at a certain hour. I also found myself listening to music that I didn’t usually listen to and watching interesting movies at weird hours. I was finally able to breathe again. But what was I supposed to do with all this free time? My daughter who was always in the middle of all the drama would ask me a lot, “Why did it have to be like this?” Although it broke my heart to hear this, I decided to think about love as something voluntary, not as a compromise. One of my revelations.
Relationships start to change while ones try to keep the commitment going. I kept telling myself the importance of having a good and healthy relationship with myself. It wasn’t about having a ring on my finger or a signed document confirming our love, nor the years we spent together or the kids we had. Love has to be there no matter what happens, it should feel like being free. So I kept re-defining and falling in love with myself every day. I learned to love who I was alone, with my courage and my fears.
I accepted that I was afraid of not being enough, or a good mom, or not giving her the best she could have. It was hard to get to that point, but I accepted it. I strived for a better education for my daughter, forming her with the same values I grew up with. I taught her about respecting others as well as oneself, and I taught her about responsibility, humility and accepting our mistakes. I accepted that it is okay to be like this, to be human.
I realized that there was one thing I needed to cross off my bucket list. I always wanted to go camping at a beach, and with a lot of fear and uncertainty, I called my friends to see if they wanted to go. It was a risk for us. We didn’t have clean water or communication with the outside world, and we were afraid our things were going to get stolen. I felt that everything was going to go wrong, but I was willing to pay that price. The waves were calling me, so I did it. It was one of those spontaneous decisions one makes in life, those that come from within.
That’s when I got it. I had sand between my toes and the sound of the waves crashing and that’s when I understood that I was never truly alone before. Only that I have been lost. I lost myself trying to create someone that wasn’t me for other people. It was a version of myself but it wasn’t truly me.
I made peace with my crazy self - a term I acquired with my therapist - at the edge of the water. She has always been there, trying to escape but I wasn’t letting her. But that day we met, shook hands and accepted each other. I promised her that I will let her be, but she has to let me be too. We would coexist and never forget each other.
Spanish Version
Hace poco más de dos años tuve una crisis con mi pareja y decidimos ir a terapia. Luego de unas cuantas consultas decidimos separarnos, para cada uno seguir con su vida. Fue realmente duro, pero en ese punto de la relación era lo más honesto y noble que yo sentía que debíamos hacer. Así se sintió. Y así fue. Recogí mis cosas de su casa -luego de una década juntos y una hija en común- para aventurarme a la casa de mis papás, otra vez. Si, pudiera llamarse un paso a atrás. Pero fue más bien un paso al lado -¿?-
Llegué de nuevo al lugar donde “se suponía” que me sentía cómoda y podía tener todo el tiempo a plenitud para mí. Primer error. Mis papás ya no estaban allí, por lo que el primer miedo fue, enfrentarme a mí misma. Uno siente internamente una fuerza, pero al mismo tiempo otra directamente proporcional que te dice que te vas a equivocar. Es una lucha de ti contra ti. En medio de mi “tira y encoge” confieso que tuve muchos momentos de ansiedad. Dormir sola no es nada sencillo cuando ya estas acostumbrada a abrazar a alguien por las noches. Pensar tener un domingo de solo dormir y leer sonaba hermoso, hasta que al tercer domingo ya no me hallaba. Me sentía sola.
Hay un punto en que la soledad se nos vuelve necesaria, es como si todo dentro de ti gritara un espacio aparte. Seguí adelante. No tenía sentido alejarme para solo pensar en los domingos, sola. Pensé en muchas cosas. Recordé lo mucho que me gustaba cocinar por placer, sin horarios y sin presión, incluso con solo dos ingredientes en la cocina. Me encontré en medio de música rara y películas a horas poco usuales. Inventé meetings especiales, solo para conversar sobre las plantas de mi balcón… respiré. Realmente me sentí libre. Pero, ¿ahora qué hacía con tanta libertad?
Mi hija, que siempre estuvo en medio de todo este suceso, me preguntó muchas veces. ¿Por qué tiene que ser así? Y aunque esto me partía el corazón, yo reiteraba mis ganas de volver al amor, de forma voluntaria y no por compromiso. Otra de mis revelaciones.
Las relaciones se van oxidando conforme se transforma la “voluntad de estar” en “compromiso”. Reiteré para mi misma el significado de una relación para mí. Ujum. No se trataba -una vez más- del anillo o del papelito firmado. Ni siquiera de los años juntos o de la media docena de hijos en común. El amor se transforma, debe estar y permanecer allí por encima de lo que sea que haya en medio. A veces el amor es libertad. El amor es libertad. El amor es. Así fui re-definiéndome y amándome, otra vez. Por quien era, sola conmigo y para mí. Con mi valentía y también con mis miedos.
Acepté que le temía a no ser suficiente. A no ser la mejor mamá, o simplemente a no darle lo mejor a mi hija. Me costó, pero lo logré asimilar. Mi decisión fue procurar la mejor crianza a mi enanita, desde el fondo de mi alma y mi corazón. Desempolvé mis valores. Entre ellos el respeto, a lo que uno es y a lo que uno quiere. Así mismo, la verdad, para contigo. También, la humildad/responsabilidad para reconocer y aceptar cuando erramos. Así mismo, para asumir las consecuencias que ello conlleve. Asentí sobre mis decisiones. Locas, atípicas y criticadas, me di espacio para equivocarme. Y este valor -no se si llamarlo así- para mi es hoy día para mí super valioso. Tener la libertad de ser un ser humano, errante.
En medio de este proceso, uno de los regalos que me tenía pendientes -y llevaba años queriéndolo hacer- era acampar en la playa. Entonces con mucho miedo e incertidumbre convoqué a mi grupo de amigos de ese entonces. Los tres mosqueteros que se sumaron a mi aventura. Tenía que ser así, solo motivados por el querer más no por el “deber”. Así lo hice.
Para ese momento significaba arriesgarme a no tener agua potable, que me robaran mis pertenencias, que me quedara sin comunicación. Ese era el precio, y yo estaba dispuesta a pagarlo. Era como si hubiese sentido que las olas me llamaban. Me aventuré, a lo loco e improvisado, como me suelen llenar las decisiones así de espontáneo, que siento que se toman desde el alma.
Solo estando ahí, con arena entre mis dedos y ese zumbido avasallante en mis oídos lo comprendí. Nunca había estado sola, solo que me había perdido. Me había perdido de mi misma, por tratar de encontrarme con los demás o quizás con otra yo, que no era yo.
Allí en la orilla de la playa, hice las paces con mi loca interior -así le pusimos mi terapeuta y yo- pues ella siempre había estado allí, queriendo salir y yo tapándola. Nos dimos la mano, nos aceptamos. Le prometí que siempre tendría su espacio, porque ella soy yo y yo soy ella. Y así juntas decidimos jamás dejarnos olvidadas otra vez.